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jueves, 20 de agosto de 2020

La princesa y su guardiana

El camino lo hacían a solas. Dormían con la luz y comenzaban a mover los pies con el ocaso, entre sombras y silencio, alejándose de las luces anaranjadas que de vez en cuando vislumbraban bailando en el horizonte como luciérnagas hechas de fuego y acoso. 

Se desplazaban con lentitud, la guardiana pedía descansar cada pocos kilómetros, quejándose de sus viejas botas, que hambrientas, le roían la delicada y fina piel de sus tobillos. La princesa, sin embargo, no se quejaba pese a que los pies a penas le cabían en aquellos rígidos zapatos que habían sido concebidos para embellecer y no para andar en ellos.

La princesa se levantaba todos los días antes que la guardiana, se lavaba la cara y se peinaba con cuidado, construyendo con mano experta una corona trenzada rodeando su cabeza. Luego, cuando su guardiana se despertaba con el pelo como la paja esparcida para los animales, suspiraba y con paciencia desenmarañaba cada mechón por miedo a que los piojos volviesen de nuevo.

Huían despacio y huían mal. Y ambas sabían que en cualquier momento las encontrarían durmiendo ocultas y entrelazadas entre las matas salvajes. La princesa dejándose abrazar por la guardiana para que ésta pudiese dormir, con la mano hundida entre el espesor de su melena como cuando eran pequeñas y la guardiana le pedía que espantase sus pesadillas.

Se dirigían al norte del norte, un lugar tan lejano que no había sido dibujado en mapa alguno. Allí la guardiana tenía una tía, su tía loca, con ella estarían a salvo, aseguraba. Los locos no hablan sobre los secretos de otros.

Al cuarto día, cuando ya el cielo recién se hubo empapado en la oscuridad de la tinta, se percataron de que las seguían. Con pavor, observaron en el horizonte cómo las luces naranjas se mecían como almas extraviadas engullendo las sombras. Haciéndose más y más grandes con cada sorbo de penumbra que engullían.

Trataron de escapar sin ser vistas, pero con la primera luz del día las rodearon más de veinte hombres de pie ante ellas. La recompensa debía ser enorme para tanto alboroto. La guardiana murmuró un "nos tienen" y se quedó paralizada. La princesa no estaba dispuesta a entregarse, con una mano sacó la espada que portaba la guardiana en la cadera y se lanzó hacia aquellos hombres de corazón avaricioso. Prefería morir en aquel momento que afrontar tal destino.